Eran las noches con melancolía, los techos infinitos, las cámaras de luz, un silencio cada siete segundos y palabras que siempre anhelé oír. Eran libros sin hojear, versos filosos como navajas, bulevares dormidos y una voz diminuta, dulce y diminuta.
Era yo los martes y domingos, era anatomía a las 8 de la mañana, gente cruzando sin volver a verme, corredores infinitos, cielos irisados donde predominaban los tonos pastel. Eran grises y celestes, eran pasos y novelas, eran cosas insignificantes, y sin embargo... era yo realmente.
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